martes, 8 de agosto de 2023

Partir y compartir. La dinámica de la plenitud

Sin lugar a dudas, lo que nunca deja de impresionarme del mensaje de Jesús es su vigencia. Desprovisto de los envoltorios que a veces los humanos a lo largo del tiempo hemos ido sumándole, si hacemos el ejercicio de escuchar estos relatos y traerlos a nuestra vida cotidiana, su poder de iluminar y de inspirar es tremendo.

Este relato cuenta cómo un día, luego de andar todo el día, llegada ya la tarde, los amigos de Jesús se le acercaron y le dijeron que la gente tenía hambre, era tarde y no había qué darles de comer...mejor despedirlos para que cada uno se marche a su casa. Gente de muchos lugares lejanos se había reunido para escuchar a Jesús y ahora, llegada ya casi la noche, no tenían qué comer.

El relato dice que Jesús invitó a la gente a recostarse en el suelo, tomó lo que los amigos tenían (unos panes y unos pocos peces), mirando al cielo bendijo, dio gracias por esos alimentos y los compartió. Y todos comieron. Y sobró mucho. El relato dice que eran miles de personas.
Ahora bien… ¿es posible que Dios haya dado de comer a miles de personas ese día y que luego nunca más se interesó por el hambre de las personas? ¿Es posible que Jesús pudiera hacer ese “milagro” y pudiendo haberlo repetido sólo lo hizo una sola vez? Al menos,es raro.

Entonces ¿qué puede haber sucedido?

Hay un detalle en el relato. Cuando los discípulos le dicen a Jesús que la gente tiene hambre, que es tarde, que mejor despedirlos a todos para que se vayan a sus casas, Jesús les dice: “denles ustedes de comer”. Ese es el punto en el que deberíamos pararnos en el relato para iluminar desde allí nuestro diario vivir. La lógica era la que planteaban sus discípulos: que cada uno coma lo que tiene o lo que pueda conseguir en el camino. Despedirlos y que cada uno vaya tras sus posibilidades. (La lógica del mundo). Pero Jesús rompe esa lógica: denles ustedes de comer. Entonces la gente se sentó, escucharon que su Maestro agradecía por lo que tenían y que repartía eso poco que tenía. 
¿Que habrán hecho entonces los demás? Seguramente, cada familia sacó de entre sus cosas lo poco que llevaban e hicieron lo mismo. La solidaridad, el espíritu de comunidad en acción.

Lo que sucedió aquella tardecita en la que miles de personas comieron hasta saciarse, no fue la magia de multiplicar unos panes y unos pescados, sino el resultado de llevar a la acción lo que se había estado diciendo seguramente a lo largo del día y que era lo central en la enseñanza de Jesús: cuando compartimos, y especialmente cuando compartimos la comida, no sólo estamos alimentándonos unos a otros físicamente (que no es poca cosa), sino que estamos poniendo de manifiesto que la esencia de la vida se trata de “poner en común”, manifestando la Unidad de todo y todos.

Seguramente te preguntes qué tiene que ver ésto con el yoga. Y yo creo que mucho. Cuando estamos en el salón de práctica, cuando vamos a una actividad de yoga, a un taller o a un retiro, cuando estamos meditando juntos, el ambiente resulta muy bondadoso. Todos “respiramos” la compasión y nos resulta muy fácil comprender que la paz y la felicidad se trata de compartir y respetar, de acompañar, de escuchar al otro...pero no podemos estar las 24 horas sentados meditando. Hay cosas para hacer en tu casa, con tu familia, tenés que ir a trabajar. La mayor parte del tiempo de nuestra vida no transcurre en el salón de práctica. Entonces ¿cómo vivir la espiritualidad? ¿Cómo sostener ese estado y esa consciencia ante tantas dificultades?

La solución está en el relato: romper la lógica. Lo que tenemos, lo que logramos, no nos alimentará a menos que estemos dispuestos a compartirlo. En el relato, mientras lo que cada familia tenía era algo “privado” no alcanzaba para nadie, pero una vez lo repartieron y lo compartieron, alcanzó para todos y sobró.

Cuando leemos un relato así, tenemos la tentación de adjudicarle o bien un engaño, una relato mítico que nunca existió o bien, un “milagro” casi mágico en el que alguien multiplica materialmente unos panes y unos peces. En esa dinámica no tenemos ningún compromiso personal.
Ahora, si estamos animados a ver y escuchar las palabras de Jesús: “denles de comer”, entonces las cosas cambian. Y yo me pregunto: ¿qué soy capaz de compartir? ¿cuánto comparto de mí? (Lo que respondo de esa pregunta es quizás, lo que hace que mi meditación en el salón de práctica tenga sentido el resto del tiempo en el que no estoy sentado meditando).




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cautivos

Una vez estando Jesús con sus discípulos , llegó un hombre y le hizo ésta pregunta: “Maestro, qué debo hacer para heredar la vida eterna?”… ...