martes, 7 de noviembre de 2023

Amor y alegría


Qué difícil nos ha resultado siempre a los seres humanos simplificar la espiritualidad y la vida religiosa descubriendo lo esencial y discriminando lo que no lo es...al punto que quizá, esa dificultad está en la raíz de uno de los principales problemas que padecemos: no creemos, no vemos, no identificamos en las religiones y en la vida espiritual una alternativa al sufrimiento.

Parece que en tiempo de Jesús esto ya ocurría y su “primer milagro” precisamente estuvo relacionado a esto.

Cuenta Juan que se realizaba una boda en un pequeño pueblo en las afueras de Nazareth. En una aldea, la gente que allí vivía, gente de campo, que trabajaba la tierra y con animales, celebraba una boda. Una pareja joven, seguramente conocidos por todos, festejaban su casamiento: amor y alegría.

Pero en determinado momento, el vino se acabó. El vino, símbolo de la alegría, la bebida que calienta la sangre, que pone contentas las personas, que en una fiesta las anima a bailar y celebrar se acababa. No es que sin vino no se pueda festejar, no creo que Jesús pensara eso...pensemos en el vino como “signo”.

Entonces, María, la mamá de Jesús le dice que no había más vino. Le dice: “no les queda más vino”… y luego de un intercambio de palabras Jesús indica que llenen con agua unas tinajas de piedra que habían afuera y que se reservaban para los ritos de purificación, para la religión. Luego de que las llenaron algo sucedió que nos está en el texto, y cuando fueron a sacar el agua ésta se había convertido en vino, y según dijo el mayordomo encargado del servicio, “era el mejor vino”.

Todo ocurrió en una celebración de gente sencilla a la que se le termina el vino en medio de la fiesta. Corría riesgo la celebración y los novios quedarían seguramente “mal parados”. La fiesta se terminaría. Entonces la mamá de Jesús le avisa, interviene en favor de los anfitriones. Y Jesús realiza el milagro de convertir el agua en vino….para que la fiesta en la que se celebraba el amor pudiese continuar.

Pero hay un detalle no menor: ¿dónde se pone el agua que será transformada en vino? En unas tinajas de piedra destinadas a la celebración de los antiguos ritos de purificación. Ese detalle podría ser incluso más importante que la misma conversión de agua en vino, o al menos, sería inseparable un detalle del otro.




Tinajas de piedra, inamovibles para limpiar a la gente de sus “pecados.”
Vino fresco y nuevo, para que la fiesta del amor continúe.

Esta es la disyuntiva que nos plantea Jesús en su primer acto público. ¿Qué vamos a elegir?

En nuestra sociedad seguramente elegiremos el vino, pero cuidado, la fiesta es la fiesta del amor. No sea que elijamos sólo el vino, la fiesta por la fiesta misma, pasarla bien, que nada ni nadie nos interrumpa…


La fiesta del amor

En un casamiento ¿qué celebramos? Que dos personas se aman. Celebramos el amor de dos personas. Esa relación que hace que uno se sienta querido aún con sus defectos y errores. En el amor entre dos personas el otro no nos quiere por lo buenos o eficientes, o piadosos, o genios que podamos ser, simplemente nos quiere. (Es cierto que unas personas sólo aman la imagen del otro, pero en todo caso eso no sería amor al otro sino a lo que el otro nos representa). El amor ama, más allá de todo lo demás. Quien se sabe amado sabe que esto es así, que el otro, quien nos ama, nos ama primero, luego están todos nuestros errores y aciertos como persona. Por eso quizás se trata del vino y la alegría en la fiesta del amor.

Y lo otro es de dónde sale el vino: de las tinajas de piedra. Sólidas, enormes, inamovibles, puestas ahí para “limpiar” a las personas de sus errores (“pecados”). De allí sale el vino nuevo. De allí salió la alegría. Saliendo de allí la fiesta pudo continuar. ¿Usar una tinaja para limpiar los pecados para hacer vino para una fiesta? ¡qué escándalo! Así es Jesús.


Para los que seguimos un camino y sostenemos una práctica

Que nuestra práctica no pierda de vista la fiesta, la alegría. Que nuestra fiesta sea siempre la fiesta del amor, de la unión, de la aceptación del otro. Que podamos también nosotros “convertir” el agua de los ritos en un vino que alegre y celebre. Y que la celebración sea siempre la fiesta del amor.


Para los que están iniciando el camino

Que se sientan siempre protegidos y cuidados como esa novia y ese novio que no se enteraron de lo sucedido hasta que el vino ya estaba servido. Nadie fue a decirles “tu vino se acaba”, “cometiste el error de no tener lo suficiente”...que la práctica y los practicantes primero cuiden y luego acompañen.

Para todos

Que todos podamos sentirnos vistos y mirados como María, la mamá de Jesús, los miró a ellos: atenta a lo que les sucedería, atenta a lo que les faltaba. Que todos podamos experimentar la presencia de Jesús, Maestro interior que vela por nuestro bien y convierte nuestras tinajas de piedra, arcaicas, rígidas e inamovibles, en recipientes para el vino nuevo en la fiesta del amor y la alegría. Que no olvidemos nunca que celebramos, bailamos y bebemos ese vino en una fiesta que celebra la unión, el amor, la fidelidad y el compromiso con la vida del otro (y no creo que estemos refiriéndonos únicamente a una unión matrimonial entre dos personas...toda amistad es digna de ser celebrada, todo lazo humano es un lazo de Dios).










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