miércoles, 3 de julio de 2024

¿La fe, Jesús o el manto?





Iba Jesús por aquellos caminos donde andaba entre multitudes que querían conocerlo cuando se acercó un funcionario de la sinagoga a pedirle que fuera a su casa a ver a su hija que estaba gravemente enferma (hoy diríamos quizás, un funcionario de presidencia) . Entonces Jesús accedió a ir a su casa y marchó con este hombre, sus amigos y discípulos y una muchedumbre que le dificultaba el paso.

En el camino una mujer que estaba enferma desde hacía 12 años se entera de que Jesús pasará por allí y se decide a ir en su búsqueda diciéndose: con sólo tocar su manto será suficiente. Pero esta enfermedad no era cualquier enfermedad. Desde hacía 12 años, ella padecía hemorragias lo que la hacía, según la ley judía, una persona “impura” que debía vivir retirada y a quien nadie podía tocar. De hecho, durante la menstruación, todas las mujeres eran consideradas así, pero a ésta mujer la hemorragia no se le pasaba desde 12 años atrás...había invertido todo el dinero que tenía en médicos y nadie había podido curarla. Entonces la religión la excluía, en médicos había gastado todo su dinero, y vivía excluida de la sociedad sin ningún derecho ni signo de dignidad.

Cuando pasa Jesús, ella lo toca y siente que su hemorragia a cesado. Pero en medio de toda esa gente, Jesús también siente que alguien lo ha tocado. Sus amigos le dicen ¿con toda esta gente a tu alrededor preguntás quien te tocó? Pero Jesús insiste, él ha sentido salir poder de él. Entonces la mujer se presenta, temerosa, sabiendo que ha hecho algo que no podía hacer, exponiéndose ahora a una mayor humillación, pero Jesús le dice: Hija, tu fe te ha salvado. Márchate en paz y sigue sana de tu tormento.

Pero este relato que cuenta Marcos, había comenzado con un funcionario que le había pedido a Jesús que interviniera ante su hijita enferma. Esto de la mujer sucedió camino a su casa. Y continúa el relato diciendo que estando cerca de su casa les avisan que la niña había muerto que no era necesario “molestar al maestro”. Jesús le dice al padre de la niña: “tu no temas, ten fe y basta”.

Luego, Jesús entra a la casa, toma a la niña de la mano, le ordena levantarse de la cama, la niña “resucita” y él le dice a sus padres que le den de comer.

Te preguntarás qué tiene que ver esto con el yoga...te lo comparto.

Hoy sólo es necesario repetir las palabras de Jesús: ten fe, no temas, tu fe te ha salvado. Con atrevimiento yo agrego: ni Jesús, ni el manto...la fe. Es cierto, en medio está Jesús, esa personalidad, esa presencia que comunicó y comunica hoy a muchos, que “si tuviésemos un grano de fe…” También nosotros podemos estar años desesperados, esperando de otros hasta que un día decidimos ponernos en el camino de la verdad, de la fidelidad a uno mismo y expresar nuestras necesidades. Aquella religión y aquella ley que ahogaba a la mujer con hemorragia, ¿no existe hoy en nuestra forma de vida, de otras formas, con otras personas? ¿No expulsamos al margen de todo a miles de personas “no dignas” de vivir en sociedad?

El yoga me ha enseñado a confiar en mi corazón. Me ha invitado a estar disponible para los demás. Me ha detenido por los caminos de mi vida viendo a los lados, a tanta gente que muere en las fronteras de nuestra vida cómoda y segura. También he necesitado, como ese funcionario, he tenido que pedir ayuda y ante el límite la práctica me ha recordado siempre “no temas, ten fe y basta”. La práctica me ha impulsado a la búsqueda, me ha recordado que el Espíritu siempre está llegando y haciendo todo de nuevo, sólo es necesario dejarlo entrar en nuestra vida, presentarle nuestro dolor y aceptar la presencia del amor que todo lo puede.

Esa mujer con hemorragia se curó de eso, pero seguramente un día enfermo y un día murió. La hija del funcionario también, cuántas enfermedades habrá tenido a lo largo de su vida hasta que un día se enfermó y murió. Lo mismo que todos los que estaban allí en un acontecimiento o en el otro. Todos murieron un día. El yoga no va a salvarme de eso. Sí me ha salvado de sufrir a solas, si me ha salvado de creer que unos son dignos y otros no. Y la meditación en la personalidad de Jesús, presentarle mis dificultades y mis necesidades ha sido y lo seguirá siendo seguramente, un alivio, un bálsamo, una luz que ilumina, una fuerza que fortalece mi frágil práctica.




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