jueves, 7 de septiembre de 2023

Reunirnos



Resulta que Jesús hablaba a sus discípulos acera del perdón entre ellos y luego de compartirles varias “indicaciones” les dice: “se los digo otra vez: si dos de ustedes llegan a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí, en medio de ellos, estoy yo”.

Cómo vivimos las heridas que nos causan las relaciones humanas, cómo perdonamos o cómo aceptamos el perdón, otra vez, las heridas sicológicas, los enojos, los resentimientos, el rencor...la culpa...todo ello hace a la vida misma. Hablemos o no de una comunidad de práctica o espiritual, en los cimientos, en el fondo de nuestras relaciones están esos asuntos. No es algo de la antigüedad, tampoco es exclusivo de nuestra época. Ha sido así siempre porque la vida misma es relación.


En esas palabras de Jesús hay dos puertas por donde podríamos entrar al mismo tema: el perdón y cómo perdonar o la comunidad y cómo hacer comunidad. Veamos un poquito la segunda puerta: la comunidad.


Dice Jesús: “pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí, en medio de ellos, estoy yo”.
La comunidad es ese espacio donde las personas concretas ponen en común sus cosas. Pero no es un grupo de chimorroteo o de denuncia y exposición. En primer lugar, la comunidad es el espacio donde se hace posible la práctica. Es el refugio, el lugar donde vamos a protegernos primero que nada de nuestro propio sufrimiento y del sufrimiento que nos han causado y donde al madurar como personas comprendemos también el sufrimiento que hemos causado.
Por eso, no es fácil estar en comunidad. La comunidad no como un espacio de “convivencia” sino como un lugar donde ponemos en común todo eso referido al sufrimiento. Y es por ese sufrimiento que practicamos, es el mismo sufrimiento el que nos ha traído hasta aquí. Pero debemos aprender a estar en comunidad. “Reunirnos”, juntarnos a practicar y que eso deje huellas de autoconocimiento, no es sencillo.


Ahora te preguntarás qué tiene que ver con el yoga todo esto. Tal vez tenés la impresión de que el yoga y la meditación son prácticas personales, que podés hacer solo o sola en tu casa, que no requiere más que tu disposición personal. Veamos…


Llevo muchos años enseñando yoga y meditación y he escuchado infinidad de veces lo mismo: “no es lo mismo practicar solo en casa que hacerlo aquí en el grupo”. Eso solo ya bastaría como ejemplo. Pero supongamos que todas las personas que me lo han dicho a lo largo de los años no son suficientemente dedicadas a la práctica. Bien. Yo mismo experimento algo muy parecido. Y te aseguro que no es falta de “disciplina”. Llevo muchos años motivando grupos, reuniendo personas y te aseguro, que también experimento la presencia del grupo como algo definitivo. También formo parte de una comunidad en la que experimento esa presencia del Espíritu en el grupo, en la oración compartida, en el poner en común la vida de uno...pero también sé, que no es fácil. Cuando Buda moría, sus discípulos se entristecieron y le preguntaron cómo iban a seguir el camino, a lo que él les respondió: tienen al Dharma (la enseñanza), tienen la Sanga (la comunidad) y si se reúnen a practicar yo estaré presente entre ustedes (el Buda), esas serían entonces las tres “joyas” del budismo.


Cuando nos reunimos a practicar, tenemos la tarea de alimentar el recuerdo de la enseñanza y de quién nos enseñó y lo sigue haciendo. Pero para ello, es necesario que estemos dispuestos a vivir de forma personal su presencia tocando nuestra vida como algo concreto y no como una buena idea nada más. Esto requiere fe, pero una fe actualizada y dinámica, que se impregne de la vida cotidiana y que impregne nuestra vida cotidiana a la vez. Necesitamos abrir caminos a la experiencia del Espíritu y dejar que nos sorprenda, que nos inspire y no pretender llenar ese espacio de creencias y dogmatismos.Cuando el Espíritu se hace presente en la comunidad, ésta se transforma en una expresión concreta de refugio. La comunidad nos salva y nos impulsa a vivir la vida en plenitud, también en el dolor y la dificultad. La comunidad nos libera de la indiferencia y el egoísmo que tanto se nos condiciona a cultivar. Quizás este es todo nuestro trabajo en el camino del autoconocimiento: construir comunidad. Lo demás es presencia del Espíritu.

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