viernes, 21 de abril de 2023

La vida compartida, gestos de una espiritualidad viva. (A yoga con Jesús).


Uno de los relatos más querido de la vida de Jesús es el relato de Emaus. Cuenta que un día, luego de su muerte, dos de sus discípulos caminaban camino a Emaus entristecidos, abatidos por los acontecimientos y por sobre todo defraudados. Ellos habían esperado un maestro de otro “nivel”, poderoso, que no pudieran derrotarlo, que se impusiera y los liberara de la opresión de los romanos y de la ortodoxia religiosa. Pero Jesús había sido asesinado como cualquier “culpable”, como cualquiera de los “delincuentes” de su época y no tenían ellos confirmación de que hubiese algo más que eso.


Resulta que mientras iban caminando, con esa desazón a cuestas, se les suma Jesús, pero no lo reconocen. Y les pregunta porqué van así, tristes y abatidos...ellos le contaron todo eso que más arriba te decía: su esperanza no correspondida, sus anhelos no conseguidos, la muerte de su maestro, un hombre justo y bueno...y mantuvieron una discusión con aquél “forastero” que los acompañaba… Cuando llegaban a la aldea a donde se dirigían, él les hizo la seña de que seguiría en camino, pero ellos lo invitaron a quedarse ya que se hacía la noche. Cuando se sentaron a la mesa a comer, Jesús tomó el pan, dio gracias y partiéndolo lo repartió. Y recién ahí ellos se dieron cuenta quién era ese “invitado”: el mismo Jesús.

Entonces ya no se dirigieron a Emaus derrotados sino que se volvieron a Jerusalén a contarle a sus amigos lo que les había sucedido.

Seguramente te preguntarás qué tiene que ver ésto con el yoga. Y como casi todo lo que se cuenta de Jesús y su forma de vivir y morir y lo que despertó en quienes lo conocieron puede ayudarnos a comprender mucho de lo que nos va sucediendo no sólo en el camino del autoconocimiento sino en la vida diaria, cotidiana, común y concreta.

Andar desanimados. Esperar de los demás, esperar de soluciones mágicas, esperar que de afuera vendrá la solución...muchas veces esperamos del “gurú” que viene hablando otro idioma y que es de otra cultura, esperamos de técnicas y disciplinas que no confirmamos ni sabemos bien de dónde vienen, pero no podemos reconocer a quien tenemos a nuestro lado y que quizás nos conoce y nos acompaña verdaderamente. Esperamos. Esperamos de las formas, de las instituciones, o de las ideologías. Y nunca nos disponemos a cambiar nosotros de mirada. Nos cuesta mucho asumir que debemos mirar y escuchar de otra forma y entonces responder de una manera nueva y diferente.

Aislados. El relato de Emaus cuenta lo que nos puede suceder a cualquiera de nosotros si ante la incomprensión o el fracaso nos aislamos. También nosotros sin quererlo muchas veces podemos terminar caminando en otra dirección a la de nuestros amigos de camino. Antes te decía: esperar de los demás, esperar de soluciones mágicas, esperar que de afuera vendrá la solución...y ahora te digo que eso no significa no tomar refugio en la comunidad. Eso no significa no tener, nutrir y descansar en un grupo de práctica...En los “gurúes sentados en el trono” se espera...en la comunidad se construye y sostiene.

Es en la experiencia comunitaria donde Dios nos habla y se hace presente. En la cultura espiritual antes era decisiva la forma, la estructura y las jerarquías con cierta moral y control social. Hoy parece que lo decisivo es la apariencia de éxito y habilidad, el confort, el pertenecer a los que “la tienen clara”, ese halo de “clase”… Nos resulta difícil pertenecer a un grupo “horizontal” porque allí es decisivo sintonizar, escuchar y reconocer al otro...en el grupo lo que define la experiencia es precisamente la experiencia personal compartida y eso requiere presencia, disponibilidad y disposición.

En el relato de Emaus a medida que se suceden los hechos, va tomando importancia algo que define la práctica espiritual y que no nos es ajeno en el yoga: los gestos. Cuando Jesus partió el pan aquella noche, sus amigos presentes vieron algo que les era común: la última cena, todas las comidas que habrán tenido con él con gente de los más diversos lugares y orígenes, (generalmente pobres y excluidos), habrán recordado el gesto que los “identificaba”: compartir. Y entonces pudieron ver lo que estaba sucediendo de verdad ante sus ojos. El gesto de compartir una vez más, les transformaba. Una vez más el gesto de compartir los animó y los condujo de nuevo a sus amigos. ¿Te suena familiar? ¿has vivido algo parecido?

Este relato de Emaús a mí me ha ayudado siempre a recordar en mi vida cotidiana, lo que muchas veces recordamos en las prácticas de meditación: el autoconocimiento es en relación con los demás, porque sólo existimos en la relación. El autoconocimiento es una camino que nos conduce a través de ese recorrido interior hacia uno mismo pero en el que nos encontramos con los demás.

Y esa quizás sea nuestra principal dificultad a la hora de la experiencia espiritual que nos transforme: llegar a ver que Dios sólo existe en la cercanía de las relaciones humanas. Sin dudas es una buena “anestesia” decir que el Espíritu no existe, que no anima nuestra vida más que la materia y los sentidos, éso quizás le pasó a los que iban hacia Emaús desalentados y tristes. Sin dudas también es una buena “anestesia” creer que Dios sólo existe en las formas, los rituales, las instituciones y quienes las dirigen...esperar de otros o pretender ocupar ese lugar nosotros…pero en un caso u otro, el sufrimiento sigue allí. Tu sufrimiento y el de quienes te rodean sigue allí.

El autoconocimiento es la vida compartida y comprendida en clave de unidad (en mi experiencia personal: al estilo de Jesús). Un recorrido hacia uno mismo en el que nos encontramos con los demás.

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