martes, 27 de junio de 2023

Mirar así

Una vez Jesús iba con sus amigos y mucha gente entrando en una pequeña aldea cuando se cruzan con un entierro. Una mujer viuda iba a enterrar a su único hijo. Entonces, dice el pequeño relato que Jesús la vio y atravesó el gentío dirigiéndose directamente a ella y conmovido “resucitó” al muchacho diciéndole "a tí te digo, levántate"...

El relato tiene tres protagonistas en diferentes niveles...el primer protagonista es Jesús, y su manera de mirar. Él y el foco en la situación dolorosa y su acción. El segundo protagonista es aquella mujer. En la sociedad hebrea del tiempo de Jesús, la mujer no contaba. Eran parte de la propiedad de los hombres (su padre primero y su esposo después), al punto que se contaban junto a los niños y los animales. No tenían voz ni derecho sobre sus cuerpos pero tampoco sobre su suerte y desarrollo de ningún tipo. Una mujer viuda quedaba a expensas de todo. Una mujer viuda a la que se le moría su único hijo varón...peor aún. El tercer protagonista creo que es el resto de la gente, incluido el muchacho “resucitado”. Los discípulos, los amigos íntimos de Jesús, el muchacho, y toda le gente que estaba allí, tanto los que venían con él como los que estaban acompañando a la viuda. Todos ellos podrían ser el tercer protagonista de la escena.

Entonces, Jesús, entre todos ¿a quién ve?... entre todos los que estaban allí, ¿en quién se detiene?, ¿a quién se dirige? Esa es la mirada de Jesús: identifica al más débil, a quien está en el último lugar… mira y ve y se dirige a la mujer. Acto seguido le dice al chico que se levante. Ante un enorme dolor y ante una situación de extremo sufrimiento, Jesús no hace algo a medias, no se conforma con un pequeño gesto. Realiza el gesto que más puede conmover a cualquier humano y que encierra o resuelve, el gran misterio de la vida: la muerte. ¿Habrá ocurrido esto realmente? ¿habrá sido así? No podemos saberlo más que por la fe. Pero en el ámbito de la reflexión, el signo es bien claro: mirar e identificar al que sufre. Ponernos en camino hacia él o ella. Mirar a los ojos, involucrarse, hacer algo en proporción al sufrimiento con el que estamos tratando.

Quizás te preguntes qué tiene que ver todo ésto con el yoga. Te comparto: a la práctica de yoga muchos llegamos buscando una plenitud que no hemos podido conseguir por las vías “comunes” o “normales” en la vida cotidiana. Hemos intentado quizás la felicidad satisfaciendo nuestros deseos, respondiendo a creencias, mandatos o ideales familiares o sociales que nos prometieron esa plenitud pero nada de eso a sucedido. No pocas personas comparten su experiencia de insatisfacción a pesar de “tenerlo todo”. Les resulta mediocre, tener los bienes materiales y no gustar de nada profundo. La rutina, el hacer siempre lo mismo de la misma manera, las vocaciones olvidadas...y un tema no menor: el miedo que nos gana ante una crisis que amenace nuestra comodidad o estabilidad. Por eso creo que el relato de la viuda tiene mucho que aportarnos en la búsqueda de la felicidad y el autoconocimiento.

Todos necesitamos una forma de mirar y leer la vida que nos muestre lo verdaderamente esencial. Buscar espiritualmente, si vamos a hacerlo repitiendo esos patrones de mediocridad o conformismo, ¿de qué nos sirve?

Todos somos como esa multitud que acompañaba a la mujer viuda a enterrar a su hijo, y luego nos marcharíamos cada uno a su casa, a su pequeño mundo. Todos somos como ese muchacho que quién sabe que sufrimiento lo dejó paralizado, dormido como “muerto” y todos necesitamos escuchar que se nos diga “a ti te digo, levántate”. Y creo, estoy convencido por experiencia de vida, que todos necesitamos ser vistos así, como miraba Jesús. Todos necesitamos ese consuelo, esa compañía, esa mirada que nos dignifique. ¿ Y cómo Jesús lee la realidad? ¿No necesitamos mirar así?

Hoy el entretenimiento está plagado de imágenes e historias de dolor y sufrimiento, las noticias sobre crímenes y violencia parecen ser más noticias cuanto más muestren con crudeza y desproporción. Nuestra sociedad es violenta y se apoya en la violencia del hambre, de las adicciones, de la miseria y de la guerra. Pero parece que nos despreocupamos anestesiados. Y no llegamos a comprender que el sufrimiento de una persona afecta a todos. No vemos que aunque en el living de casa frente a la estufa nos creamos a salvo, no lo estamos.

Es necesario refrescar, recrear y dar a luz una espiritualidad que no se apoye más en viejas imágenes o formas desprendidas de la vida cotidiana del hoy y del ahora de las personas. No podemos creer en lo poco creíble, en la magia o en un dios que desde algún lugar invisible, administra premios y castigos…espiritualidad es libertad para amar, libertad del condicionamiento, de la programación, y eso requiere mucho valor para hacer lo de Jesús: atravesar la multitud y caminar hacia el sufrimiento con la intención de hacer algo.

Ojalá tenga esa forma de mirar e identificar, entre tanta gente, entre tanto ruido, al que sufre. Y que lo que me conmueve me ponga en camino. Y que me encuentre con la fortaleza de hacer lo que hay que hacer aunque las voces de la comodidad me digan que no es posible.

El relato con el que te invito a esta reflexión no es un relato de muerte sino, un relato de vida. Inicia con la vida que a través de los ojos de Jesus mira y ve. Y termina con “la vuelta a la vida” del muchacho. También nuestra práctica puede hacer por nosotros y con nosotros esto mismo: enseñarnos a mirar desde la vida que siempre crece y da frutos y nos llama a un compromiso que a su vez, nos hace libres.

martes, 20 de junio de 2023

¿Qué riesgo corremos? ¿De qué deberíamos estar a salvo


Un día Jesús miró a la gente que se detenía a escucharlo y vio su sufrimiento. Habrá sido después de recorrer algunas aldeas, de detenerse en algunas plazas y de visitar tantas casas con enfermos y marginados que un día lo sobrepasó el dolor de toda esa gente. El texto dice que se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas” y usando una imagen que la gente de su tiempo bien comprendería, el texto agrega: como ovejas sin pastor. Para los pastores, la gente humilde de su pueblo, la imagen era bien clara. No era un tema de “autoridad” o sumisión como podemos entenderlo hoy, sino de protección, de cuidado. Entonces llamó a sus discípulos y les indicó que se dispersaran y fueran a donde estaba la gente y les indicó ciertas “tareas”: curar enfermos, resucitar muertos, limpiar a los leprosos y proclamar que el reino de Dios (su proyecto) estaba cerca. Y otra cosa más: les dijo que gratis habían recibido, por tanto, que gratis lo dieran todo.

Aquella fue la revolución de Jesús. Anunciar que era posible y viable vivir de otra forma y que eso comenzaba en ir a los que sufrían y compartir la vida con ellos. Jesús no murió porque Dios quiso que un inocente “pagara” por tanto sufrimiento, a Jesús lo mataron porque en ese “anuncio” iba implícita la responsabilidad de los poderosos, de los injustos, iba denunciada la hipocresía y el abuso del poder…

Ahora te preguntarás qué tiene que ver esto con el yoga...yo creo que mucho.

Curar a los enfermos, resucitar muertos... No necesitamos ser doctores o doctoras para curar a los enfermos. Hay enfermos de muchas dolencias, hay gente a nuestro alrededor que padece enfermedades de todo tipo y a las que todos podemos atender con corazón y compasión. Hay no pocas personas que parecen muertos en vida, cuya esperanza se agota, cuyo horizonte se esfuma. Es necesario contar que es posible la alegría de compartir, la dignidad de la ética, la fortaleza de la moral. Es necesario rescatar de la muerte de la culpabilidad, del sufrimiento de la autoestima lesionada. Hay gente que aun estando viva ha muerto ya ahogada en deudas, en consumo, en individualismo e indiferencia.

Muchas personas necesitan escuchar que son valiosas y necesarias para que la vida cambie. Todos necesitamos escuchar que las personas no somos descartables y que todos los seres vivos del planeta tienen derecho a gozar de la vida por el sólo hecho de haber nacido. Nadie merece servir sin disfrutar de los bienes materiales y espirituales que generamos entre todos. Todos somos responsables de la vida de todos. Y porque no hemos hecho nada para nacer, porque la vida nos lo da todo, porque respiramos como un regalo, es que gratis lo hemos recibido y gratis deberíamos de darlo.

Y lo más importante. Mientras la humanidad camina, mientras vamos aprendiendo todo ésto, el tiempo pasa y seguramente no podremos con todo. Vos no podrás hacer todo lo que te propongas, ni curar a todos ni ayudar a vivir a todos...tampoco yo podré. Así las cosas. Hoy mismo, ahora mismo, en este minuto miles de personas mueren en la miseria y son inocentes. Su “culpa”: haber nacido donde nacieron. Entonces esta tarea requiere que nos digamos unos a otros que el proyecto de una familia extendida está cerca. No es imposible. ¿Cuán cerca? No es cuestión de tiempo sino de compromiso y despertar. Lo que Jesús llamó “el reino de dios” en tiempos de reyes y emperadores (y así se hacía entender), hoy diríamos: familia extendida, vida en común, en la que el Espíritu esté en el centro.

¿De qué deberíamos ser salvados? ¿Qué riesgo corremos? Mientras los recursos naturales se agotan y la tierra está gravemente herida debido a esta sociedad de la indiferencia, el malgasto y el despilfarro, lo primero no es ser salvados del recalentamiento global, ni de las sequías o de las inundaciones...necesitamos ser salvados de todo lo que causa ese sufrimiento. Ser salvados de creer que nada es posible ya y que todos somos competencia de todos. Necesitamos ser salvados del exitismo y la apatía, de la violencia, del abuso, de la explotación de unos por otros...necesitamos ser salvados de creer que todo tiene un precio, y volver a anunciar que otra forma de vida es posible, y hacerlo gratuitamente en todo el sentido de la palabra.


Cautivos

Una vez estando Jesús con sus discípulos , llegó un hombre y le hizo ésta pregunta: “Maestro, qué debo hacer para heredar la vida eterna?”… ...