viernes, 26 de mayo de 2023

Poner el cuerpo, tocar la vida


El día que Jesus tocó un leproso

La ley de su pueblo era clara: “el afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados, y desgreñada su cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: ¡impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada”

El encuentro de Jesús con el leproso no es simplemente “el encuentro de Jesús con el leproso”, sino que debería llamarse: “el encuentro de Jesús y los que iban con él, con el leproso”, y así nosotros que leemos ese acontecimiento 2 mil años después podríamos extraer alguna reflexión para nuestra vida.

Resulta que iban Jesús y sus amigos por el camino cuando le sale al cruce un hombre enfermo de lepra. La ley dictaba que ese hombre debía anunciar gritando “impuro, impuro” para que quien iba en su camino no se arriesgara a tocarlo o a cruzarse cerca de él...el mismo enfermo avisaba de antemano: “no te acerques a mí, estoy impuro”…

En aquella sociedad en tiempos de Jesús, en su país, la ley era la escritura religiosa. La ley se basaba en la tradición y en la palabra escrita en los libros religiosos, por tanto, el enfermo no estaba “enfermo” sino “impuro”, indigno de Dios y de los espacios comunitarios: “habitará sólo, fuera del campamento tendrá su morada”. La condena para el enfermo era el aislamiento, la marginación, la expulsión de todo lugar y situación que podía ayudarle a sanar...y para peor no sólo era una enfermedad del cuerpo, estaba “impuro”, Dios le había retirado su favor...moriría solo, separado, y abandonado de Dios…

Cuando el leproso escucha que quien se acerca es Jesús, le pide que lo cure y le dice que si quiere él puede curarlo...y Jesús lo cura. Los textos que relatan este episodio no dicen mucho qué fue lo que hizo Jesús salvo un detalle: lo toca. Jesús toca al impuro, por tanto también él quedaría impuro.
Pero el leproso se curó.

Seguramente te preguntarás que tiene que ver ésto con el yoga...quizás lo que me pasa a mí con este texto te ayude a vos a pensar tu vida desde otra perspectiva.

Este es uno de los “milagros” atribuidos a Jesús por la tradición y es una hermosa oportunidad de preguntarnos nosotros no sólo qué hemos hecho como cultura, con esas declaraciones acerca de los leprosos, sino también en lo personal, ¿cómo vivimos estas cosas?¿es sólo cuestión de antiguas y retrógradas culturas ésto de expulsar al enfermo “fuera del campamento”?

El relato cuenta que había una ley referida a los “impuros”: se los expulsaba fuera. Pasaban a vivir en soledad o más bien, en aislamiento. Nadie se ocuparía de ellos y ellos mismos debían anunciar su “impureza” reafirmando así su “condición” que por cierto, no era vista como una enfermedad sino como una especie de condena o castigo de Dios.

Lo otro que me parece interesante es que Jesús no venía solo, venía acompañado de sus amigos...y sólo él lo toca.

Otra cosa que dice el texto es que Jesús lo despide al leproso una vez curado. Jesús se queda donde estaba en el camino, pues decía la ley que quien tocara a un impuro, quedaba impuro. Por tanto si leemos bien el texto, entonces ¿Jesús quedó impuro aquella vez? ¿Quedó él en las afueras de la aldea? ¿Cómo habrá sido su noche? ¿Qué hicieron sus amigos, los que venían con él? Ellos no habían tocado al leproso, y vieron cómo Jesús lo tocó...se habrán quedado con Jesús o se fueron a la ciudad dejándolo sólo en el camino? También esto puede ayudarnos a reflexionar sobre nuesra manera de vivir...

Estas cosas reflexiono con éste texto no mirando 2 mil años hacia atrás sino dejándome interpelar en mi vida hoy. Aquella ley dejaba al enfermo fuera, expulsado y alejado de toda posibilidad de sanación. Jesús va hacia él, le habla, se le acerca, lo toca, lo cura...La ley corrige, etiqueta, pone nombres, separa y aísla… lo que hizo Jesús cura, anima, acerca. El leproso después de su encuentro con Jesús ya no vivió aislado sino que habrá vuelto a su casa y a su entorno.

¿Y qué hago yo con los leprosos de mi tiempo? ¿Te parece fuerte esa frase: “leprosos de mi tiempo”? ¿Acaso no los tenemos entre nosotros, en las esquinas, durmiendo en rincones de edificios o bajo los muros de una plaza? ¿No los expulsamos por impuros? (Hoy les diríamos “indignos de vivir en sociedad”)… ¿No deambulan en nuestras calles cientos de personas cada día a las que no miramos y esquivamos si es posible como si su cercanía contagiara?

Nosotros tenemos nuestra “lepra” y nuestra ley sigue haciendo lo mismo que hace 2 mil años: expulsarlos fuera a vivir su suerte y a morir molestando lo menos posible.

La práctica de yoga ha despertado y ha sembrado en mí la convicción y comprensión de que es cierto, hay que tocar a las personas. En primer lugar la práctica de yoga me ha dicho que el autoconocimiento no se trata tanto de mí sino de conocer a los demás, y de cómo vivo con los demás. El autoconocimiento es un camino hacia uno mismo, en el que nos encontramos con los demás para vivir la plenitud y el sentido de la vida. “Tocar a las personas” es una metáfora, pues no se trata seguramente, de andar tocando a la gente, aunque abrazar y besar también es parte de todo esto. “Tocar a las personas” es dejarlas entrar en nuestra vida, y nosotros entrar en la vida de los demás.

No se trata de frases rimbombantes, ni de verdades reveladas sino de expresar con nuestros actos cómo es el Espíritu. Cuanto más conscientes somos del sufrimiento que llevamos con nosotros y que padecen los demás, más podemos comprender que la salida no está en el cumplimiento de leyes que separen a los buenos de los malos, a los puros de los impuros...sino en acercarnos, mirar, nombrar y tocar...poner el cuerpo es espiritualidad, estar atentos al que va por los caminos ( hoy por nuestras calles), con ropa rota y su cabeza “desgreñada” gritando, “impuro impuro”… aunque no se escuche su grito ahogado por la adicción, la miseria, el abandono o el paso por la cárcel...

En la Europa medieval los leprosos llevaban una campanita que agitaban para que desde lejos la gente supiera que allí venía un enfermo y entonces eso daba tiempo a evitarlos...Habían pasado al menos, 500 años de aquél suceso y la ley seguía siendo la misma aunque Europa fuera cristiana y no judía. ¿Y hoy nosotros? Quizás no está escrito que debamos evitar al que ha quedado fuera de todo. Quizás no llevan campanas, ni ropa harapienta, ni la cara tapada. En nuestra civilizada cultura de democracias y estados laicos, quizás, en algunos temas, si miramos bien, seguimos con el mismo “espíritu” de la letra escrita allá, en los albores de la civilización...Pero siguiendo el ejemplo del relato, no me pierdo mirando lo que no hago o hago mal porque eso conduce indefectiblemente a juzgar y condenar...me inspira lo que hace Jesús: se acerca, pone la mirada y el cuerpo, y toca al leproso. Esto me da otra oportunidad para comprender por dónde pasa la vida. El amor, la compasión, a veces (y quizás muy seguido), va contracorriente, en contra de lo que se supone debemos hacer.













viernes, 5 de mayo de 2023

Seguir un camino


Después de que mataron a Jesús, el movimiento de hombres y mujeres que pretendió continuar con sus enseñanzas no pensaban su accionar como una “religión”, tuvieron que pasar algunos siglos para que el “cristianismo” surgiera como tal. Entonces ellos llamaban a su movimiento como “el camino” y se llamaban a sí mismos como “los seguidores del camino”.

Por entonces, esos grupos de personas que se reunían en asambleas cada vez más numerosas a compartir el recuerdo de su maestro compartían no una doctrina o un dogma sino, una forma de vivir. Los “seguidores del camino” habían aprendido una forma de vivir de su maestro, que a su vez comprendía una manera de vivir la Verdad, al punto que los orientara por dicho camino y también, compartían una esperanza de vida: seguir el camino, vivir de esa forma, abonaba de sentido profundo a la vida e iluminaba las oscuridades, los desafíos y las incertidumbres. (Ya volveremos más adelante sobre estos tres aspectos, pero veamos en qué consistía básicamente “el estilo de Jesús”).

No se trataba de una doctrina porque Jesús no dejó nada escrito. Su enseñanza era lo que él mismo hizo en los años de vida pública. No enseñó en el sentido tradicional de su época ni de la nuestra. No realizó ninguna enseñanza “formal”. No formó parte “orgánica” de ningún grupo religioso de su época más que pertenecer a la religión hebrea. Si leemos su vida está llena de diálogos, acciones, intervenciones concretas y sus opiniones fueron dadas siempre, según lo cuenta el mismo evangelio, en medio de la acción, en medio de la vida cotidiana, entre personas.

Su enseñanza está basada en la comunicación de su experiencia de Dios y en dar a conocer de qué se trataba esa experiencia. Entonces, no transmitió un dios vengador, justiciero o de “raza”. No habló de un dios preocupado siquiera por las leyes. Para Jesús, Dios, el Espíritu, es una presencia que transforma y vuelve la vida más humana liberándola del prejuicio y del miedo que la limita y la congela. Su experiencia de Dios es amor incondicional y toda su “pedagogía” está basada en cómo vivir ese amor y transmitirlo.

¿Hacia dónde caminar entonces? Si la vida humana cobra sentido en el amor que lo trasciende todo, en la experiencia espiritual de un Dios que es amor y compasión, entonces nos preguntamos ¿hacia dónde hemos de caminar? Y la respuesta es sin dudas, hacia donde el sufrimiento nos está llamando.

Y es muy interesante que acerca de esto Jesús no hace teorías sino que su vida, su accionar cotidiano es la enseñanza misma de ello. Su “hacer” está orientado a curar a las personas, no hacia el sacrificio o el ritual, sino hacia la curación. Se trata de acercarse, de acompañar, de tocar, de entrar en la vida de los últimos, de los marginados, de los excluidos de la fiesta y de dejar que ellos entren en nuestra vida. Es en esa dinámica que nuestra vida cobra trascendencia y plenitud.

Finalmente, le experiencia espiritual que Jesús transmite no es la de detenernos a contar nuestras faltas sino a abrir nuestro corazón y saber, y experimentar y comunicarle a otros, que vivimos no de nuestra habilidad para solucionar nuestros “pecados” sino que vivimos del amor que nos funda.

Ahora seguramente te preguntarás qué tiene que ver todo esto con el yoga. Viste que más arriba dije que volvería sobre estas palabras: “...Los “seguidores del camino” habían aprendido una forma de vivir de su maestro, que a su vez comprendía una manera de vivir la Verdad, al punto que los orientara por dicho camino y también, compartían una esperanza de vida: seguir el camino, vivir de esa forma, abonaba de sentido profundo a la vida e iluminaba las oscuridades, los desafíos y las incertidumbres.”

Bien, la práctica de la meditación y del yoga no va a librarnos de ninguna dificultad. No es magia ni trucos, no va a detener la enfermedad, el envejecimiento, no va a impedir que quizás pierdas tu trabajo o que te cueste mucho esfuerzo pagar tus cuentas, ni va a impedir que un amigo muera. Todos, tarde o temprano estaremos ante las vicisitudes o ante las mismas leyes de la vida, de sus ciclos, sus etapas y sus incertidumbres. Entonces todos necesitamos de un sentido de la Verdad que oriente nuestra vida, (¿te has preguntado por qué practicas o practicarías yoga?). Todos, tarde o temprano, veremos flaquear nuestras motivaciones, nuestra disciplina. Seguramente tendremos que enfrentarnos a dilemas éticos, a momentos de angustia, incluso de oscuridad, (¿te has preguntado de qué manera cultivar y sembrar la esperanza y cómo dejarse contagiar y contagiar entusiasmo por vivir?).

Quizás existan muchas personas que no necesitan de nada ni de nadie y que pueden mantenerse firmes en su disciplina siempre. No es mi caso. Yo también he flaqueado en mi fe. He tenido dudas. Muchas veces me he detenido, muchas veces he elegido mal, me he equivocado, he ocasionado sufrimiento. Voy aprendiendo a vivir y necesito un camino que me acompañe. Es cierto, la experiencia, los años, el caminar, me permiten acompañar a muchos, pero eso no quiere decir que no siga un camino y que siguiéndolo me sienta fortalecido y a resguardo. Caminar la vida al estilo de Jesús a mí me fortalece y me sostiene.

Cautivos

Una vez estando Jesús con sus discípulos , llegó un hombre y le hizo ésta pregunta: “Maestro, qué debo hacer para heredar la vida eterna?”… ...