miércoles, 8 de marzo de 2023

APRENDIENDO A MEDITAR





Eres tierra que recibe una semilla.

Eres campo fértil para la vida…



Llegas al salón de práctica y apenas logras dejar afuera tus pertenencias, la ropa con la que has trabajado durante el día… apagas el celular (no sin antes mirar un último mensaje y quizás contestarlo), buscas tu manta y te sientas. Pero no has logrado dejarlo todo. ¡Tienes tanto por hacer! Caen como en cascada pensamientos e imágenes del día vivido, de los días anteriores, incluso de años, personas con las que aun tienes que hablar antes de ir a dormir, problemas por resolver, cosas que comprar… la cena, el desayuno de mañana y además quieres descansar un poco y distraerte. Suena difícil que la meditación pueda hacer lo suyo en medio de tanta agitación y te preguntas:

“¿Podré con todo esto?... Tengo que aprender a meditar más y mejor así podré con todo esto”

Pero sucede que si realmente te mantienes en la meditación no tardarás en descubrir que la meditación no es cosa de esfuerzo y rendimiento sino de fecundidad y agradecimiento. Fíjate que la postura y la actitud de quien medita no expresa idea de esfuerzo, de trabajo y menos aún de rendimiento. Más bien parece no estar haciendo cosa alguna.

Vivimos en una sociedad que ha ido poniendo el énfasis en el rendimiento, en el hacer y producir, en desarrollar la eficacia y la habilidad. De hecho la mayoría de los jóvenes que están estudiando lo hacen para obtener un buen empleo no para expresar una vocación que los apasiona. Vivir así obviamente, produce tensiones: la carga emocional de las situaciones vividas que se imprimen en nuestro cuerpo y que desde lo profundo del cerebro condicionan nuestra existencia. Y por ende, nuestros

vínculos y relaciones. Es que pretender rendimientos sin duda nos torna débiles y frágiles. Buscando la fortaleza y la omnipotencia solo conseguimos fragilidad mientras la meditación nos pide: “siéntate y no hagas nada. Contempla”.

La vía contemplativa es la vía por la cual reaprendemos una dimensión del hacer. Es el remedio a dejar de medirnos por nuestra eficacia y productividad. La vía contemplativa hace lugar a la vocación, ingrediente indispensable para la felicidad, pues ¿cómo seremos felices si no hemos descubierto aquello que haríamos solo por hacerlo y no por una relación costo-beneficio?

Jesús por ejemplo, compara “el Reino de Dios” con una semilla que crece mientras el sembrador está durmiendo. Crece sin su esfuerzo. Jesús compara ese estado de plenitud que él llama “Reino de Dios”, con algo que crecerá independientemente de nuestro esfuerzo. La vía contemplativa, nos invita a redescubrir en nuestro interior esa semilla que está creciendo independientemente de nuestro “hacer”. Es ese lugar de armonía permanente en nosotros, ese centro en cada uno de nosotros desde donde crecen los frutos. Pequeño, escondido, silencioso, crece y da frutos pues está dotado de la presencia de la energía vital, tal como la semilla que siembra el sembrador, trae consigo el enorme poder de la creación. Tan enorme y tan partícipe de ese poder que llegamos a creer que no podríamos tenerlo nosotros en nuestro corazón…

Ahora, vuelve a mirarte meditando. No estás “haciendo nada”. Estás haciendo lo único indispensable para que la vida fluya en ti y por ti y no se estanque. Eres tierra que recibe una semilla. Eres campo fértil para la vida y darás fruto si acoges el poder de la creación que te transformará en planta y árbol y serás alimento

porque darás fruto (más allá de un buen o mal empleo, tus frutos no se miden con esa lógica). Y al acoger la vida serás cada vez más consciente de que eso que acoges es algo que recibes, como un don, como una gracia, como un regalo, entonces nace en ti el agradecimiento, el otro ingrediente.

La meditación hará que tu conciencia caiga a lo profundo en ti, allí donde las condiciones son propicias para dar vida (como la semilla que cae en tierra fértil), por eso parece que “no haces nada” porque estás recibiendo un regalo, estás poniéndote en actitud de “acogida” (como la tierra abierta por el surco se abre a la llegada de la semilla y la guarda en su profundo corazón de madre). Y quien recibe un regalo y es consciente de ello: agradece naturalmente. La meditación nos vuelve más agradecidos, porque nos hace más conscientes de todo lo que ocurre a nuestro alrededor a beneficio de nuestro crecimiento y plenitud. Ese agradecimiento es a su vez la semilla de dignidad con que podemos revertir la lógica de la habilidad y el esfuerzo, una lógica que desprecia la vida de millones de seres, que desprecia los dones de la naturaleza y nos convierte a todos y a todo en útiles del desarrollo de estructuras vacías de humanidad. Por eso la meditación nos vuelve más compasivos, porque esa semilla que germina y da frutos, nos recuerda que hay en cada uno de nosotros un centro de armonía permanente y de amor incondicional desde donde emana paz y libertad para amar.




Que podamos recordar que somos semilla que ha caído a la tierra.

Que no olvidemos nunca que morimos a cada minuto

y que podemos ser, a cada momento

espigas de trigo que crecen y alimentan.

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