lunes, 27 de mayo de 2024

¿Para qué vivimos?


Cuenta Marcos que un día, estaba Jesús con sus discípulos en un lugar cuando se le acercó un hombre corriendo. Se acercó, se arrodilló y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Resulta que no se trataba de alguien con una dolencia o una enfermedad que necesitara curación: se acercó corriendo y se arrodilló. Tampoco se trataba de un “endemoniado”, alguien que no pudiera plantear sus propias necesidades, pues le hizo una sola pregunta, muy certera y muy acorde a lo que un hombre religioso de su cultura y su época podía hacerse: “Maestro bueno, ¿Qué haré para heredar la vida eterna?”

Podríamos pensar que ésta persona hace una pregunta referida al autoconocimiento. No se está ocupando de cosas concretas, materiales o de problemas de salud sino, del autoconocimiento:“...¿Qué haré para heredar la vida eterna?”

Entonces Jesús comprendiendo de dónde venía su pregunta responde en el mismo ámbito. Primero le dice que no lo llame “maestro bueno” porque nadie es más bueno que Dios. Como si Jesús le dijera que esa relación “última” no es con él sino con Dios, como decir que esa pregunta obedece a esa relación: amigo, esa pregunta es entre vos y Dios mismo… e inmediatamente le recuerda: “Ya sabes los mandamientos” y se los enumera. Para un judío que intentara comprender el camino a la vida eterna estaba claro que ese camino comenzaba con el respeto y el cumplimiento de la Torá, la ley judía que además era la identidad cultural y religiosa del pueblo. El hombre le dice que cumplía con todo y agrega “desde pequeño”. Entonces Jesús le dice que vaya, que venda todo y que entregue el dinero a los pobres y luego vuelva para vivir con él y seguir el camino. Pero el hombre, que era muy rico, se marchó triste porque no podía hacer eso. Viéndolo partir, Jesús le dijo a sus discípulos que “es muy difícil entrar en el reino de los cielos a los que ponen su confianza en el dinero”.

Seguramente te preguntarás que tiene que ver ésta historia con el yoga. Te comparto.

El hombre rico iba con una pregunta existencial, aunque pareciera muy concreta “¿qué cosas debo hacer?” era existencial: “para alcanzar la vida eterna” y Jesús unifica ambas dimensiones en una sola respuesta: “ve, vende todo y dáselo a los pobres, luego ven y sígueme”.

En nuestra cultura, el dinero siempre aparece como un vehículo, como un trampolín a la realización personal. Y muchas veces quienes cuestionan esto es porque no les hace falta el dinero para comer, para estudiar, para ir al médico...sus necesidades básicas materiales, están satisfechas. Pero para el que no tiene un piso digno desde donde pararse, el dinero y lo que viene con el dinero resulta indispensable. Por eso quizás, ocuparse de los últimos, de los más pobres es una de las cosas que Jesús pide a sus discípulos y en este acontecimiento a éste hombre rico. Lo que se requiere para “alcanzar la vida eterna” no es tanto ser ni erudito, ni cumplidor de todos los mandatos sino, estar dispuesto a compartir. No se trata de individuos sino de comunidades, no se trata de “yo” y de lo “mío” sino de “nosotros” y de lo “nuestro”.

El hombre del relato, desde pequeño dice que practica toda la ley y la cumple. Pues bien, para Jesús, si no había aprendido a compartir entonces aún no había iniciado su camino: “ve, vende todo y dáselo a los pobres. Luego ven y sígueme.” Allí empieza el camino del autoconocimiento, cuando realizamos acciones concretas para salir del condicionamiento egoísta, cuando dejamos de mirar tanto nuestro ombligo y vamos al encuentro del otro y concretamente del que más necesita.

En nuestra sociedad y en nuestro tiempo concreto, ¿nunca te has cuestionado que lo que vos tenés en otro lugar falta? ¿No pone eso un orden de prioridades y de “usos” de las cosas? ¿deberíamos no tener nada y darlo todo? (¿No es ésa una trampa que nuestro ego nos hace para no resignar nada finalmente?). Podemos trabajar y ganar dinero dignamente. Podemos tener lo necesario para desarrollar nuestra vida y podríamos también hacer eso sin la más mínima intención de acumular y con disposición a compartirlo siempre. ¿Cuánto de cada cosa, objeto, posesión o dinero que tenemos necesitamos realmente para desarrollar una vida digna? ¿Cuánto de todo lo que tenemos empieza a ser un obstáculo a la libertad y la felicidad? Porque lo que tenemos, tenemos que cuidarlo, sostenerlo, porque “es nuestro”…

¿Hablamos sólo del dinero? Jesús, ¿está hablando del dinero? Del dinero y de todo lo que compramos con él y “asegura” una vida cómoda. Pero también está hablando seguramente de esas otras riquezas que también nos separan de las personas y excluyen de la fiesta de la vida a grandes mayorías. Nuestras vanidades, nuestro culto al éxito, a ser los mejores. Nuestra mayor y peor riqueza es la de pensar sólo y únicamente en nosotros y en los nuestros. Todas las tradiciones del mundo de todos los tiempos nos lo recuerdan: no basta con tratar de ponerte a salvo. No basta con asegurar la educación a tus hijos, ser un “buen padre o madre”, la libertad del sufrimiento, una vida digna de ser vivida incluye a los demás. La mayoría de nosotros nos comportamos bien. No hacemos daño, no violentamos a nadie y tratamos de no hacerlo nunca. Pero parece que no basta porque de todas formas igual sufrimos y permanecemos prisioneros del apego, del aferramiento y de la hostilidad. Sufrimos y hacemos sufrir. Es preciso entonces parece, colaborar en un mundo más justo, en una vida digna para todos aquí y ahora. Extender las fronteras hacia la vida del otro y muy especialmente hacia los que menos tienen y menos pueden.

¿Para qué vivimos? El autoconocimiento se pregunta eso. ¿Para que vivimos? Cuando empezamos a caminar el sendero del autoconocimiento ya hemos alcanzado la verdad de que el sentido de la vida no puede ser luchar, luchar y luchar, padecer sufrimientos, tratar de evitarlos, y entonces angustiarnos...ha de haber algo más: ¿para qué vivimos? Para vivir como una gran familia. Eso parece ser todo. Cuando vivimos la fraternidad, cuando vivimos la experiencia de ser hermanos, familia, entonces naturalmente la vida se organiza y hay paz. Cuando vivimos para nosotros y los nuestros, surge la tensión, crece la ignorancia, abunda el apego y la hostilidad...y así ¿Quién puede ser feliz? Incluso los que tienen y los que acaparan, vivirán temiendo perder lo que tienen y han acaparado. (¿No te suena a la vida tal como es ahora mismo?)

¿Qué hizo aquél hombre rico cuando Jesús le dijo “una sola cosa te hace falta. Ve, vende todo y dáselo a los pobres?” Se marchó triste, porque no podía hacer eso. Los antiguos yoguis nos dicen desde tiempos remotos: el apego, el aferramiento, es la segunda causa del sufrimiento. También nosotros andamos la mayor parte del tiempo, como aquél hombre rico: tristes.






















Cautivos

Una vez estando Jesús con sus discípulos , llegó un hombre y le hizo ésta pregunta: “Maestro, qué debo hacer para heredar la vida eterna?”… ...