jueves, 23 de noviembre de 2023

Recibiendo la vida, en todas sus formas


Las grandes tradiciones espirituales de la humanidad toda, se originaron en torno a dos pilares al menos, (se que es muy simple reducirlo a eso, pero para poder entrar en tema hagámoslo así):la necesidad de “resolver” el sufrimiento y un personaje o persona que compartió una enseñanza o camino para salir del sufrimiento.

Claro que una vida no alcanzaba para llevar a la práctica esas enseñanzas, y menos aún si se trataba de un cambio de vida profundo. Entonces todas las tradiciones vieron morir a sus líderes y debieron continuar en formas de comunidades que luego se transformaron en instituciones y persistieron en el tiempo expandiéndose mucho más allá de la tierra que las vio nacer. Piensa en el origen de cualquier tradición y podemos constatar esto.

En el cristianismo también sucedió y las primeras comunidades rescataron unas palabras atribuidas a Jesús en diversas conversaciones en las que se le preguntaba cuándo, cómo y en dónde sería esa venida de su proyecto. Cuándo, cómo y dónde vendría Dios “a salvarnos”...dicen, que dijo Jesús que no se sabría ni cómo ni cuándo, ni dónde ...pero que si podríamos y deberíamos estar “atentos”.


“...lo que os digo a vosotros, os digo a todos: ¡Velad!…”


“Velad”...Jesús les dijo que “velaran”, es decir que permanecieran “despiertos”… Pero, ¿sería esa una espera pasiva? ¿Estaría diciendo Jesús (a aquellos -los presentes y a todos-, los que vendrían luego), que solo se trataba de esperar? Mirando su vida y su enseñanza compartida, ¿podemos pensar que se trataba de “esperar” nada más?


Para nuestra reflexión

Cuando las cosas que anhelamos se demoran, cuando el dolor se extiende en el tiempo, cuando nos asalta el miedo comienza a haber falta de esperanza y entonces buscamos seguridad. Esa es una ecuación muy peligrosa y que amenaza la vida misma y es también muy común en nuestros días: nos replegamos al refugio - falso refugio- del miedo y la seguridad. Y en esa situación, el miedo sólo busca “salvarnos”, sólo intenta sobrevivir y ve todo como una amenaza y la falta de esperanza nos repliega a una vida más empobrecida cada vez.

Todo lo que sucede en el esquema de la desesperanza es de la naturaleza del estar dormidos, del estar ausentes…Entonces quizá, dos trabajos tenemos por delante: sostener la esperanza y permanecer despiertos ante la vida. ¿Pero cómo hacerlo cuando las condiciones no son favorables?


Para nuestra práctica

En tiempos de Jesús y ante un “auditorio” de religiosos hebreos dos mil años atrás, el concepto era “velad”, permanecer “en vela”, (en el hinduismo también hay muchas referencias a permanecer “en vela”, lo que se conoce como “vigilia” como práctica espiritual de devoción y concentración). Hoy diríamos: estate atento, despierto, mantenete “lúcido” o “lúcida”…

La atención, la práctica de la meditación, el camino del autoconocimiento que se pregunta “quien soy, hacia dónde voy, qué hago aquí”, es la práctica de la lucidez que nos invita, nos propone y posibilita vivir precisamente con lucidez, es decir: despiertos. Cuando dormimos las cosas pasan y no nos enteramos, cuando estamos despiertos podemos actuar...lo mismo ante las cosas que la vida nos propone: ¿nos encontrará despiertos o dormidos?


Cuando estamos despiertos y vivimos la vida con lucidez:


Es más posible que mantengamos la llama del descontento encendida y no nos acomodemos y conformemos con una vida a medias. (No dejes que el ego te convenza: descontento no es vivir reclamando a la vida que te atienda sólo a ti...descontento es no acomodarte, es no bajar los brazos, es no aceptar una vida a medias a cambio de un poco de confort).

Es seguro que podremos ver más de lo que la realidad nos trae y no quedar presos de la mirada del miedo que sólo ve peligro y desconfianza.

Con lucidez estamos conectados con nuestra naturaleza y con lo que sentimos, vemos el dolor y la injusticia y nos comprometemos a hacer algo por ello y además vemos la belleza de la naturaleza y lo hermoso de las otras personas que viven con nosotros.

Cuando miramos con lucidez difícilmente nos desentendamos haciéndole lugar a la indiferencia. Con lucidez surge un orden natural, una energía natural y una motivación por crear felicidad y bienestar.

Desde la antigüedad, se nos ha dicho: “¡despierta!, no te duermas en los laureles de la comodidad y la seguridad, no te duermas dejándote llevar por el fanatismo, la mediocridad o el existimo. ¡Despierta! ¡Toma tus propias decisiones escuchando tu corazón! ¡Hazte aquellas preguntas que tu corazón bien sabe debes hacerte!

Aquél proyecto de Jesús, aquella experiencia de Dios que él vivía en su corazón, está llegando siempre, no duermas el sueño de la desesperanza, de la comodidad o de la indiferencia, no te desentiendas porque está llegando y tocando a la puerta de tu corazón. El Dios del que habló Jesús está viniendo siempre desde ese mismo día, en muchas formas...en alguien que te necesita a su lado para contarte sus penas o por un plato de comida o un abrigo... en un bebé naciendo, en un río contaminado, en un animal cautivo, en un atardecer silencioso, en el vuelo de un ave, en el perfume de una flor...Dios está llegando siempre...ese no es el problema. El problema es si a su llegada constante y permanente, nos encuentra a nosotros despiertos, lúcidos, recibiendo la vida en todas sus formas.


“...lo que os digo a vosotros, os digo a todos: ¡Velad!…”



El árbol de enfrente despuntó un brote.
La casa de al lado está vacía,
¿hacia dónde miras cuando estás durmiendo?







martes, 7 de noviembre de 2023

Amor y alegría


Qué difícil nos ha resultado siempre a los seres humanos simplificar la espiritualidad y la vida religiosa descubriendo lo esencial y discriminando lo que no lo es...al punto que quizá, esa dificultad está en la raíz de uno de los principales problemas que padecemos: no creemos, no vemos, no identificamos en las religiones y en la vida espiritual una alternativa al sufrimiento.

Parece que en tiempo de Jesús esto ya ocurría y su “primer milagro” precisamente estuvo relacionado a esto.

Cuenta Juan que se realizaba una boda en un pequeño pueblo en las afueras de Nazareth. En una aldea, la gente que allí vivía, gente de campo, que trabajaba la tierra y con animales, celebraba una boda. Una pareja joven, seguramente conocidos por todos, festejaban su casamiento: amor y alegría.

Pero en determinado momento, el vino se acabó. El vino, símbolo de la alegría, la bebida que calienta la sangre, que pone contentas las personas, que en una fiesta las anima a bailar y celebrar se acababa. No es que sin vino no se pueda festejar, no creo que Jesús pensara eso...pensemos en el vino como “signo”.

Entonces, María, la mamá de Jesús le dice que no había más vino. Le dice: “no les queda más vino”… y luego de un intercambio de palabras Jesús indica que llenen con agua unas tinajas de piedra que habían afuera y que se reservaban para los ritos de purificación, para la religión. Luego de que las llenaron algo sucedió que nos está en el texto, y cuando fueron a sacar el agua ésta se había convertido en vino, y según dijo el mayordomo encargado del servicio, “era el mejor vino”.

Todo ocurrió en una celebración de gente sencilla a la que se le termina el vino en medio de la fiesta. Corría riesgo la celebración y los novios quedarían seguramente “mal parados”. La fiesta se terminaría. Entonces la mamá de Jesús le avisa, interviene en favor de los anfitriones. Y Jesús realiza el milagro de convertir el agua en vino….para que la fiesta en la que se celebraba el amor pudiese continuar.

Pero hay un detalle no menor: ¿dónde se pone el agua que será transformada en vino? En unas tinajas de piedra destinadas a la celebración de los antiguos ritos de purificación. Ese detalle podría ser incluso más importante que la misma conversión de agua en vino, o al menos, sería inseparable un detalle del otro.




Tinajas de piedra, inamovibles para limpiar a la gente de sus “pecados.”
Vino fresco y nuevo, para que la fiesta del amor continúe.

Esta es la disyuntiva que nos plantea Jesús en su primer acto público. ¿Qué vamos a elegir?

En nuestra sociedad seguramente elegiremos el vino, pero cuidado, la fiesta es la fiesta del amor. No sea que elijamos sólo el vino, la fiesta por la fiesta misma, pasarla bien, que nada ni nadie nos interrumpa…


La fiesta del amor

En un casamiento ¿qué celebramos? Que dos personas se aman. Celebramos el amor de dos personas. Esa relación que hace que uno se sienta querido aún con sus defectos y errores. En el amor entre dos personas el otro no nos quiere por lo buenos o eficientes, o piadosos, o genios que podamos ser, simplemente nos quiere. (Es cierto que unas personas sólo aman la imagen del otro, pero en todo caso eso no sería amor al otro sino a lo que el otro nos representa). El amor ama, más allá de todo lo demás. Quien se sabe amado sabe que esto es así, que el otro, quien nos ama, nos ama primero, luego están todos nuestros errores y aciertos como persona. Por eso quizás se trata del vino y la alegría en la fiesta del amor.

Y lo otro es de dónde sale el vino: de las tinajas de piedra. Sólidas, enormes, inamovibles, puestas ahí para “limpiar” a las personas de sus errores (“pecados”). De allí sale el vino nuevo. De allí salió la alegría. Saliendo de allí la fiesta pudo continuar. ¿Usar una tinaja para limpiar los pecados para hacer vino para una fiesta? ¡qué escándalo! Así es Jesús.


Para los que seguimos un camino y sostenemos una práctica

Que nuestra práctica no pierda de vista la fiesta, la alegría. Que nuestra fiesta sea siempre la fiesta del amor, de la unión, de la aceptación del otro. Que podamos también nosotros “convertir” el agua de los ritos en un vino que alegre y celebre. Y que la celebración sea siempre la fiesta del amor.


Para los que están iniciando el camino

Que se sientan siempre protegidos y cuidados como esa novia y ese novio que no se enteraron de lo sucedido hasta que el vino ya estaba servido. Nadie fue a decirles “tu vino se acaba”, “cometiste el error de no tener lo suficiente”...que la práctica y los practicantes primero cuiden y luego acompañen.

Para todos

Que todos podamos sentirnos vistos y mirados como María, la mamá de Jesús, los miró a ellos: atenta a lo que les sucedería, atenta a lo que les faltaba. Que todos podamos experimentar la presencia de Jesús, Maestro interior que vela por nuestro bien y convierte nuestras tinajas de piedra, arcaicas, rígidas e inamovibles, en recipientes para el vino nuevo en la fiesta del amor y la alegría. Que no olvidemos nunca que celebramos, bailamos y bebemos ese vino en una fiesta que celebra la unión, el amor, la fidelidad y el compromiso con la vida del otro (y no creo que estemos refiriéndonos únicamente a una unión matrimonial entre dos personas...toda amistad es digna de ser celebrada, todo lazo humano es un lazo de Dios).










Cautivos

Una vez estando Jesús con sus discípulos , llegó un hombre y le hizo ésta pregunta: “Maestro, qué debo hacer para heredar la vida eterna?”… ...